El ejército de muertos, recientemente resucitado del desierto llegó por fin a su destino. Un gran complejo cuadrado que se extendía desde las Noches, su antigua morada. Si pudieran sentirían nostalgia, pero su motor vital solo funcionaba con el odio. Los 10 guerreros llegaron sin su general, que había partido hasta el llamado Castillo Flotante, una estructura kilométrica que vigilaba el cielo de Hueco Mundo. Un lugar donde nadie más que los Generales y los Sabios sabía alcanzar.
Uno de los soldados, el primero de su escuadrón en regresar a la tierra se adelantó al resto, llevaba en su armadura un símbolo, una insignia que indicaba que el era uno de los tenientes de la Guardia de las Noches. Se acercó a las dos enormes puertas doradas que ahora les separaban de su hogar; firme y sereno puso sus manos sobre ellas, pero no empujó, tan solo transmitió su energía. Como si estuviera viva, la entrada al complejo de la Guardia comenzó a abrirse para dejar pasar a sus dueños. Poco a poco el interior del lugar fue mostrado, una enorme sala de casi 10 metros de alto, de tan solo un piso, con el techo sujetado por 20 enormes columnas de frío y bello mármol. Pero tan solo eso, no había habitaciones, ni camas, ni siquiera un lugar donde entrenar las habiliades. Este ejército no dormía, no comía y su único entrenamiento lo realizaban en combates a muerte contra sus enemigos en batalla.
No obstante algo hizo que los 10 soldados retorcieran sus caras en grotescos gestos de alegría. Al entrar en la sala, pudieron comprobar que no estaban solos, otros habían llegado ya. Y junto a los 15 camaradas que se encontraban dentro rieron por todo lo alto, haciendo resonar sus escalofriantes sonidos por todo el desierto, como si eso fuera a atraer a más de ellos...